En circunstancias normales estaríamos ahora hablando de la ‘vuelta al cole’. De manera recurrente en estas fechas, los medios de televisión y la prensa adornan las fechas del fin del verano con cuestiones tales como el síndrome de la vuelta al trabajo, como el coste de los libros y del material escolar que origina la vuelta al cole. Siempre hay un becario de plumilla que se apunta el tema para su publicación.

Pero este año es distinto y ligeramente diferente al anterior, fruto del ‘guiso’ que durante todo el verano hemos recibido a través de estos medios. Después de ‘inmunizar’ a los mayores y a la generación del ‘baby boom’, se viene tendenciosamente a responsabilizar a los más jóvenes, a nuestros adolescentes primero y a los niños después, que son los responsables de que la pandemia siga entre nosotros.

Decía Stefan Zweig que tenemos la costumbre de dar mayor credibilidad a las malas noticias que a las noticias esperanzadoras y, por eso, esta cantinela ha hecho mella en el inconsciente colectivo y es motivo de fricciones.

Aunque en todos los países se planteó la voluntariedad de vacunación, y así se acordó por la Asamblea de Parlamentarios del Consejo de Europa, el nerviosismo y, sobre todo, el miedo instalado en la sociedad, hace que se responsabilice del fracaso experimentado a los no vacunados.

Pero quien se ha vacunado y se ha arriesgado a vacunar a sus hijos exige que los demás lo hagan. Hasta el presidente de Cantabria habla de obligar en solidaridad con quienes lo han hecho. Y los colegios van a ser el campo de batalla, al menos el inmediato y más cercano.

Aunque Extremadura cuenta con el tercer puesto en el índice de vacunación, son muchos extremeños todavía los que no están muy convencidos de las ventajas de hacerlo y, como consecuencia, no han querido para sus hijos lo que no han aceptado para ellos. Pero los niños, los de unos y los de otros, unos y otros, tienen que acudir juntos a las aulas. Y ahí es donde preveo que se puede iniciar las primeras fricciones.

‘Mi hijo se ha vacunado para inmunizarse y va a estar con alguno que no ha querido hacerlo. No quiero que estén juntos. Que se vacune y haga lo que los demás’. Ese es el problema que está ahí, en ciernes, esperando como un buitre los primeros días de clase.

El año pasado no hubo ningún problema significativo o relevante con los niños en los colegios. Convivieron como lo que son, como niños. Y los padres, como padres. Y no esperen, ni vacunados ni no vacunados, que pase algo distinto a aquello. Lamentablemente y aunque no queremos reconocerlo, vivimos bajo el miedo y la angustia. Buena prueba de ello es que la desconfianza mutua se revela infinitamente más fuerte que la confianza entre las personas y la mascarilla que, aun sin ser obligatoria, todavía es utilizada en la vía pública ‘por si acaso’.

Serenemos los ánimos y no nos pongamos nerviosos. Ni tengamos miedo, sino prudencia. No podemos vivir ni ser felices en un entorno de crispación, de fricción, de intolerancia de unos hacia otros. No hay ningún escenario dramático en lontananza, aunque a los medios de información le interese por las audiencias y por los lectores.

Orson Welles convenció a través de la radio de que los marcianos nos invadían. Analicemos los datos, contrastémoslos y elijamos aquellos que, por sentido común, son más razonables. Enseñemos a nuestros hijos el respeto hacia las ideas de los demás y hacia los temores a los que todos tenemos derecho.