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Pasado con memoria (XX)

Pasado con memoria (XX)
Grabado que representa la destitución del conde de Oropesa por parte del rey Carlos II tras el Motín de los gatos de 1699. Foto: Wikimedia
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Los sueños de la memoria también pesan

El motín de los gatos
O motín de Oropesa. Fue un disturbio que estalló en Madrid el 28 de abril de 1699, promovido por los cortesanos partidarios de la candidatura francesa a la corona española con la intención de evitar la influencia que el bando austrófilo (acaudillado por el conde de Oropesa y el almirante de Castilla, Enríquez de Cabrera) pudiera tener sobre Carlos II, conocido como ‘El Hechizado’.

Según leí en su día (ahora no recuerdo dónde, pues la memoria en su pasado también tiene lagunas) el partido francés se agrupó en torno al embajador Harcourt y el cardenal Portocarrero, y aprovechó el malestar causado por la mala cosecha de 1698 para lanzar las clases populares de la capital contra sus oponentes políticos. Iniciado el motín por la mañana, las gentes dirigieron sus iras contra el corregidor de la ciudad, considerado responsable del mal abastecimiento, y se encaminaron más tarde al Palacio Real, donde exigieron la destitución de aquel y acusaron al Conde de Oropesa de acaparador de trigo. Para calmar la agitación, la corte nombró corregidor a Francisco Ronquillo, declaradamente partidario de la causa francesa, quien volvió a excitar los ánimos contra los sostenedores del archiduque Juan José de Austria. Los amotinados saquearon la residencia de Oropesa y del almirante, obligándoles a buscar refugio en casa del Gran Inquisidor. Hábilmente, el cardenal Portocarrero hizo saber a la corte que el único medio de aplacar la revuelta era decretar la destitución del almirante y de Oropesa, que fueron separados de sus cargos y desterrados, junto a otros austrófilos de la camarilla de Mariana de Neoburgo. Este hecho señaló el triunfo de las pretensiones francesas sobre la sucesión de Carlos II.

Alcahuete
Persona que concierta, encubre o facilita una relación amorosa, generalmente ilícita, y también persona o cosa que sirve para encubrir lo que se quiere ocultar. Fue una de las palabras más usadas tanto en la novela picaresca como en la poesía satírica del Siglo de Oro.

La primera mención en nuestro idioma aparece en la traducción que en 1251 mandó hacer del árabe, siendo aún infante, Alfonso X el Sabio, de la colección anónima de cuentos y apólogos orientales ‘Kalila y Dimna’, que tan profunda huella dejaría en la literatura europea posterior.

La palabra alcahuete fue popular en los siglos XIV, XV y XVI, y se usaba con perfecta libertad en los textos literarios; lo mismo alcahuete que sus derivados alcahuetería, alcahuetear e, incluso, alcahuetazgo. A partir del siglo XVII fueron desapareciendo tales vocablos del idioma o lenguaje culto, aunque siguieran usándose entre el pueblo, lo que sirvió para muchos de nuestros escritores se burlasen en algunas de sus obras dramáticas.

Así, Lope de Vega, en el acto primero de la comedia Los ramilletes de Madrid, dice:

Fabio
De un galán novel
traigo aquí cierto papel
para dar a su quillotra
y escarmentado de otra…
¿Quiere ver lo que hay en él?

Rosella
¿Qué sos alcahuete?

Fabio
No.

Rosella
Pues ¿qué?

Fabio
‘Estafeta amorosa’

Cervantes pone en boca de don Quijote (parte 1ª, capítulo XXII) las siguientes ironías:

A no haberle añadido esas puntas y collar, dijo don Quijote, por solamente el alcahuete limpio no merecía ir a bogar a las galeras, sino a mandallas y a ser general dellas, porque no es así como quiera el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos, y necesario en la república bien ordenada.

También el extremeño Juan Antonio de Vera y Figueroa, contemporáneo de Cervantes, escribió en Sevilla un ‘Elogio de los alcahuetes’, cuyos primeros tercetos son bastante relevantes al respecto:

Contra el desprecio vano e ignorante
nombre queda esta edad al de ‘alcagüete’
deseo cantar, si a tanto soy bastante.
Porque no hay celo justo que no inquiete
ver que exercicio tal, siempre dichoso,
hoy no se estima, abone y se respete.

El tratamiento de ‘vos’
Escribe Cervantes (‘El Quijote’, 2ª parte, capítulo LX): “Desdichadas de nosotras las dueñas; que, aunque vengamos por línea recta de varón en varón del mismo Héctor el troyano, no dejarán de echarnos un vos nuestras señoras si pensasen por ello ser reinas”.

El vos esencialmente es el tratamiento de tú, porque al cabo vos es el mismo pronombre tú en plural.

Este tratamiento venía a ser un medio entre el tú y la vuestra merced. Entonces, como ahora, ‘tú’ denotaba o una gran superioridad en quien lo daba, como cuando se dirigía a un criado o a personas de baja esfera (como don Quijote a Sancho); o superioridad y cariño, como de padres a hijos; o solo cariño y gran familiaridad, como entre hermanos, esposos y amigos.

El tratamiento de ‘vuestra merced’ era común de cortesía y consideración entre iguales, y aun de respeto hacia los superiores; así como ahora su abreviatura usted, que le ha sustituido, indica poca o ninguna familiaridad entre los que usan de él.

Pero el tratamiento de ‘vos’, suprimido ya del todo por nuestros usos actuales, denotaba generalmente en tiempo de Cervantes la inferioridad de aquel a quien se dirigía; y aun por eso dijo Covarrubias en su Tesoro que “no todas veces era bien recibido con su término honesto y común a todos”. Especialmente cuando el vos no era recíproco se tenía como humillante o injurioso, no así cuando manifestaba igualdad o identidad entre las personas que se trataban.

La rúbrica
Como curiosidad debe decirse que, en términos eclesiásticos, esta palabra significaba reglamento u ordenanza sagrada. Es palabra latina con la que se llamaba la tierra roja que servía en los libros de rezo para trazar las líneas e indicaciones que debían guiar a los sacerdotes y al pueblo en el orden de las oraciones del rito. Ya se sabe que los breviarios y misales están impresos con tenta negra para los rezos, y con rúbrica o tinta roja para iniciales e indicaciones importantes.

Cortejar
Según la Real Academia Española, cortejar procede del italiano ‘corteggiare’, propiamente obsequiar y reverenciar a un personaje importante, y este derivado de corte, filo del instrumento con que se corta y taja.

En segunda entrada como verbo intransitivo, intentar conseguir el amor o los favores de alguien halagándolo y buscando su compañía, contribuyendo a lo que sea de su agrado, con sus sinónimos galantear, rondar, enamorar, pretender, festejar o ligar.

Antiguamente el cortejo hacía referencia al acompañante de las damas, fueran casadas o solteras, de las que estaba a disposición cada vez que ella necesitaba algo, aunque actualmente nos parezca extraño que entonces se aceptase dicha costumbre. Y que no tenían que ver nada con los galanteos o flirteos, aunque estuvieran acompañados de alguna caricia inocente.

Cagajones
Las fiestas del Sermón de Gracia son fiestas en honor de la patrona de Ceclavín (la Virgen del Encinar) que se celebran el Martes de Pascua, donde son típicos los cagajones.

Cagajones, sí, pero no con referencia a los excrementos de las caballerías, sino a un dulce típico que elaboraron las monjas jerónimas del Monasterio del Nuestra Señora de la Salud, de Garrovillas de Alconétar, dulce que se conservado de generación en generación, entre otras localidades extremeñas, en Ceclavín.

Hablando con un ceclavinero de los cagajones me contó que en una de estas celebraciones los vecinos quisieron dar un escarmiento a uno que era un borracho empedernido. Para ello, le prepararon cagajones de unas caballerías y se los añadieron al preparado. Y como estaba tan borracho empezó a comerlos y no se percató del engaño hasta que vio que del dulce salía paja. “Lo cierto fue que el tal no volvió más a emborracharse, por temor a que volvieran a montarle otra jugarreta”, aclaró mi amigo.

Papas prevenidos
Cuenta Lucrecia Borja (o Borgia) en la biografía que de ella escribe Carmen Barberá (‘Yo, Lucrecia Borgia’, páginas 35-36, Planeta DeAgostini, Barcelona, 1999) que una tarde de agosto le llamó la atención una recua de mulas que pasaban delante del palacio para adentrarse en las callejas próximas con rumbo desconocido. Al preguntar sobre la carga de aquellas mulas le respondieron que eran los tesoros de los Borja. Y añadieron que, en vísperas de la elección de un nuevo Papa, los aspirantes a la dignidad de Sumo Pontífice apartan de sus casas cualquier objeto de valor. Se ignora, añadieron, quién sucederá al Pontífice fallecido. De manera que, ante la duda, preservan sus propiedades.

Toda Roma se concentra delante del Vaticano para seguir, minuto a minuto, la evolución de los acontecimientos. Puede durar días, horas o semanas. Depende. En el instante mismo de ser anunciado el elegido, la chusma se precipita al domicilio del triunfador. Están seguros de que tardará en regresar, pues la residencia del Papa está en el Vaticano. Ellos aprovechan el momentáneo abandono y arrasan las casas, saquean, roban, se dedican al pillaje. La tropelía dura un limitado tiempo de horas, pero el despojo es tremendo. Así que lo más cauto resulta protegerse de la invasión.

Imaginé la ciudad cruzada por innumerables reatas de mulas, arriba y abajo por las calles humildes, soportando en sus lomos riquezas incalculables.

– ¿Por qué no lo impiden, ya?
– Es más fácil salvar las riquezas de esta manera que enfrentarse a una multitud enardecida.

Gigantones
Otra de las fiestas importantes de Ceclavín es el Día de la Cruz, también conocido como ‘De la invención de la Cruz’, que recuerda el triunfo de Constantino contra Majencio en la Batalla del Puente Milvio, tras haber colocado en sus banderas el símbolo de la Cruz según le sugirió un sueño.

Este día (el 3 de mayo) las jóvenes y niñas colocan en los patios de las casas o en los zaguanes una cruz decorada con toda clase de plantas olorosas. Los mayores se acercan a esos lugares para oír cantar a las muchachas y se organizan bailes entre los chicos y las chicas. En ocasiones (costumbre que ya ha desaparecido) se presentaban allí los gigantones, llamados así porque se pasaban toda la noche cantando y bebiendo, para alcanzar así el título o palma de gigantones. Estos se ponían a saltar en medio de la concurrencia mientras cantaban:

Los gigantones, madre,
el Día de la Cruz,
como son tan borrachos
cantan el bebe tú,
bebe tú, bebe tú.
Tú bebes más que yo,
yo bebo más que tú.
Los gigantones, madre,
el Día de la Cruz…

Un diputado sin mancha
El madrileño José Francos Rodríguez fue periodista, escritor y médico durante el reinado de Alfonso XIII, y además de alcalde de Madrid fue diputado a Cortes por Alicante.

Dentro de sus funciones como político, a principios del año 1900 inició unas visitas por el distrito alicantino. Así llegó a un pequeño pueblo cuyo alcalde había sido avisado para que le recibieran como debía por la dignidad de su cargo.

Aquella pequeña aldea únicamente festejaba en el año la fiesta de la Purísima, de ahí que no contaran con más adornos, atavíos e insignias que los que usaban en tal festividad religiosa. Por eso no es de extrañar la sorpresa del diputado y sus acompañantes (acostumbrados a banquetes, fiestas paganas y más de una francachela) cuando a la entrada del pueblo se toparon con un arco profusamente adornado donde podía leerse en grandes letras ‘Bendita sea tu pureza’.

Jerigonza
Jerigonza es el lenguaje misterioso en que se entienden las gentes de mal vivir para ocultar sus maldades. De aquí vino llamarse en general jerigonza lo que no se entiende, como sucedía a los labradores del texto con lo que contaba Don Quijote: “Todo esto para los labradores era hablarles en griego y en jerigonza, pero no para los estudiantes, que luego entendieron la flaqueza de cerebro de Don Quijote”. (Capítulo XIX, 2ª parte).

También se dice hablar en jerga, palabra que parece derivada y por abreviatura de jerigonza. Lo mismo solía significar jacarandina.

Jerigonza es palabra antigua que se encuentra ya en el ‘Poema de Alejandro’, donde hablándose de la confusión de las lenguas en Babel se dice (coplas 1.346 y 1.350):

Metió Dios entrellos tan magna confusión,
que olvidaron todo el natural sermón…
Setenta e dos maestros fueron los maorales,
tantos ha por el mundo, lenguajes devisades:
Este girgonzo que traen por las tierras e por las calles
non se contrabadiços entre los menestrales.

Y Lázaro de Tormes (Capítulo primero) contaba que el ciego, su primer amo, “cuando comenzaron su caminar, en muy pocos días me mostró jerigonza. Y, como me viese de buen ingenio, holgábase mucho”.

Quevedo daba al parecer la misma significación a jerigonza y a germanía, cuando en el libro ‘De todas las cosas y otras muchas más. Para saber todas las ciencias y artes mecánicas y liberales en un día’ escribe: “Dejo de tratar de la jerigonza y germanía, por ser cosa que puedes aprender de los mozos de mulas”.

Por su parte, Diego Clemencín comentaba (Notas al capítulo XIX, 2ª parte del Quijote) que acaso este lenguaje oculto debió su origen a causas menos reprensibles de lo que ha sido su uso. Germanía, al parecer, significa hermandad, y no fue extraño que la formasen las generaciones oprimidas que siempre ha habido en el mundo para guardarse de sus opresores: “De aquí pudo nacer la inclinación de los gitanos a tener un idioma o cifra particular con que entenderse entre ellos. En un viaje moderno hecho en el año de 1827, hallo que los gitanos de Transilvania y Vlaquia tienen también y usan su jerigonza”.

Curiosa carta en verso de un cura liberal, poco poeta, a su obispo
Su autor fue el placentino José García Mora, más conocido como ‘El Cura Mora’, clérigo anticlerical, una de las personas más influyentes por el norte de Extremadura con anterioridad a la I República. Esta carta la publicó el 23 de abril de 1870 el número 2 de la revista satírico-burlesca ‘Los Neos sin Careta’:

Zote, e ignorante señor,
he visto la reprimenda
que en su sabia reverenda
con fecha trece me dirigió.
[…]
Y es que éste [el episcopado] ejecuta
su criterio en las acciones
al color y a las opiniones
de aquél que las ejecuta.
¿Un carlista, como suele,
asesina a un liberal?
¡Lo ponen en el altar!
¿Éste al carlitas muele
las espaldas con su brío?
¡Es liberal, es judío!
Oye, Obispo, o avestruz,
pues ambos sois animales,
¿acaso piensas que Jesús,
que murió por los mortales
en el ara santa de la Cruz,
quiso que los liberales
no fuesen, como quieres tú,
a los demás hombres iguales?
¡Óyeme y no te asombres,
que hasta los republicanos
también somos hermanos
de todos los otros hombres!

Carducci, profesor
Cuentan que Carducci, el gran poeta italiano que durante más de 40 años desempeñó la cátedra de Literatura en la Universidad de Bolonia, dio un día a traducir a sus alumnos la descripción que el poeta latino Tito Lucrecio Caro escribió sobre la peste de Atenas.

Al leer los trabajos, Carducci encontró que ninguno de sus alumnos merecía su aprobación y al día siguiente se presentó en clase con el ceño fruncido: “Señores, he leído las versiones que han hecho del texto de Lucrecio. Yo creía que en la descripción de la peste no podía llegarse más lejos; pero estaba equivocado: sus traducciones la superan en horrores”.

Firmar con una cruz
Según escribe Félix Navarro (‘Curiosidades’, páginas 458-459) la costumbre de firmar con una cruz procedía de que no se sabía escribir, así lo confiesa ingenuamente el rey sajón Caedwalla al fin de una de sus cartas o leyes. Lo mismo declararon Justino, emperador de Oriente, y Teodorico, rey godo de Italia.

Procopius, en sus ‘Arcanos de la historia’, dice que Justino, no sabiendo escribir, tenía una plantilla de madera delgada, con la cual hacía las letras J. V. S. T. pasando la pluma por las aberturas de la tablita, del mismo modo que hoy se fabrican los naipes.

Carlo Magno usaba su conocido monograma porque, según Eguinardo, no sabía escribir, aunque intentó en vano aprender, ya en edad madura, así que tuvo que recurrir a firmar con sus cifras.

La razón más probable de la firma en forma de cruz, en las leyes religiosa de la edad media, es que no solo era emblema sagrado, sino que Justiniano declaró que una cruz al pie de tales documentos tendría la fuerza de un juramento”, añade Navarro.

Y concluye diciendo que en España es muy conocido el hecho de haberse falsificado un documento de un astuto alcalde que firmaba con una cruz, y que demostró cumplidamente la falsedad del escrito, porque las cruces con que él firmaba estaban invariablemente colocadas a cierta distancia de los lados del papel, “Circunstancia que no se observaba en el documento apócrifo”.

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