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Naranjas y Oranges (y II). Grada 166. Jesús Dorado

Naranjas y Oranges (y II). Grada 166. Jesús Dorado
Foto: Unsplash. Tim Mossholder
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Después del artículo anterior sobre este tema nos quedaría por comentar algunas pinceladas que nos ayuden a entender qué son los ‘orange wines’. En este caso ya nada tienen que ver con Huelva ni intervienen las naranjas en su elaboración, sino que tiene una historia más primitiva en todos los sentidos.

Geográficamente nos desplazaremos hasta Oriente Medio, al área que hoy llamamos políticamente Georgia, y que queda al norte de lo que en su día llamamos el Creciente Fértil para el estudio de la antigüedad.

Temporalmente nos vamos a remontar alrededor de 8.000 años; vamos a ir directos al origen del vino, o al menos a las pruebas arqueológicas más antiguas que tenemos.

No olvidemos que la fabricación de vino probablemente fue un hecho casual, es decir, algo que pasó sin querer. Esto lleva a pensar que las primeras elaboraciones realizadas de forma intencionada probablemente tuvieron lugar en contacto con las pieles e incluso los raspones, de cualquier manera, como habían visto que ocurrió antes de forma espontánea. Es decir, sería más parecido a como se elaboran hoy los vinos tintos y no los blancos.

Pues bien, el vino naranja no es más que la elaboración de un vino blanco hecha a ese modo antiguo de dejar los hollejos fermentar junto con el mosto. Esto va a generar una extracción de color, ya que el color del vino se encuentra en las pieles, no en el mosto, y una extracción de aromas y sabores diferentes también.

El nombre se lo deben a su color, que, al haber una maceración y además una fermentación con pieles, genera unos tonos diferentes a los de los blancos habituales, y que viran a anaranjados y ambarinos.

Por otra parte, la gama aromática se ve ampliada con notas afrutadas pero quizá más maduras, notas herbáceas, florales… según la variedad de uva y mil cosas más, mejor dejarse llevar y no estresarse buscando.

Y donde seguramente haya más novedades sea en cuestión de sabores y sensaciones en boca, sobre todo por la aparición de elementos como la tanicidad o astringencia; esto los hace más estructurados y complejos que muchos de los blancos.

En general, son vinos de los que podemos disfrutar para copear de forma sencilla, pero también se abren a acompañar comida por esa estructura que muestran.

Las pruebas arqueológicas que nos permiten datar este origen del vino son restos de los ácidos presentes en el vino que han sido registrados en algunas vasijas de cerámica.

Además, aunque solo sea una teoría, tiene sentido que el origen sea este al ir unido al nacimiento de la agricultura en el Neolítico, cuando comienzan a existir indicios sociales (sedentarismo), económicos (excedentes de producción) y culturales; o incluso con anterioridad, si lo unimos a esa falta de intencionalidad humana por crear vino en un principio.

Lo que parece claro es que se puede relacionar el nacimiento de la civilización y el nacimiento del vino. ¡Salud!

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