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Música y oración

Música y oración
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Existe una leyenda de la antigua Grecia en la que Zeus, después de haber creado al mundo, llamó a todos los dioses para enseñarles su obra. Los dioses admiraron el mundo sin decir palabra, y cuando Zeus preguntó si le faltaba algo a su obra respondieron: “Tu obra es magnífica y gloriosa, pero falta la voz que pueda alabar esta gran obra”. Y así Zeus dio forma a las nueve Musas para alabar la creación por medio de las artes.

En un mundo con tanta queja, tantos reproches, tanta ‘crisis’… qué importante es sentir gratitud ante todo lo bueno que nos pasa. Puede convertirse en un ingrediente fundamental y una herramienta básica para evitar el sufrimiento y ver siempre la botella medio llena.

Escuchar o interpretar música puede convertirse en una forma de oración: como un mantra, los cánticos de alabanza nos conducen a un estado más profundo de existencia. Después de escuchar una pieza musical que nos gusta especialmente podemos sentir cómo resuena en el aire el espíritu y las posibilidades de la música que acabamos de escuchar. No hay silencio más lleno de cosas que el que sigue a la música.

Por ejemplo, en el judaísmo, las plegarias siempre se cantan, ya que se cree que el canto es el único lenguaje adecuado para comunicarse con lo divino; o el canto principal de los hare krishna dice: “Mi espíritu se pone contento porque canto alabanzas”.

La verdad es que cantamos porque estamos contentos, y al mismo tiempo cantar nos devuelve la alegría. Muchos salmos cristianos comienzan con la fórmula “Te alabamos Señor” para indicarnos el camino a la felicidad mediante la reafirmación de una actitud de agradecimiento.

Recuerdo la primera vez que fui consciente de que la música que estaba escuchando subía un peldaño más para colocarse en lo trascendental. Tenía 16 años y el disco pertenecía a uno de esos lotes sorpresa de la revista Discoplay. Era ‘Concierto en Colonia’, una improvisación de piano de una hora de duración que el norteamericano Keith Jarrett realizó en la ciudad alemana en 1975; una exaltación de la improvisación al servicio de la emoción. Como el famoso cuadro de la Mona Lisa, que cuando visitas el Louvre, al llegar a ella, siempre te dice el guía: “Fijaos, en cualquier sitio que os pongáis, siempre parece que os está mirando”. Algo parecido pasa con este concierto; parece que se está realizando en ese mismo instante, y está siendo interpretado para ti como algo único e irrepetible, y cada vez que lo vuelves a escuchar sientes algo diferente.

En mis ensayos con el coro y la orquesta de las Jornadas Mundiales de la Juventud aprendí que el músico es instrumento para la expresión de la belleza universal a través del legado histórico musical recibido al servicio de la liturgia religiosa, más allá de los prejuicios establecidos por la sociedad. El objetivo era que la música ayudase a los millones de jóvenes que estuvieron presentes en el encuentro a vivir la liturgia a través de la contemplación y de la oración cantada.

La capacidad de la música para evocar una realidad más grande es el secreto donde reside su poder curativo, y vivir en relación con algo más grande que nosotros mismos es la esencia de la oración.

Pedro Monty
Músico y educador

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