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Luis Landero y los estereotipos lingüísticos

Luis Landero y los estereotipos lingüísticos
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Hace unas semanas Luis Landero volvía a su Alburquerque natal para entregar el premio literario que lleva su nombre y que organiza el instituto Castillo de Luna.

En su discurso nos recordó con nostalgia el lenguaje de su infancia. Y, claro, es de agradecer, y mucho. Incluso reprocha a aquellas personas “muy finas” que le trataban de corregir. Pero también, por desgracia, de forma inconsciente, acabó reproduciendo todos los estereotipos negativos que nos han ido inculcando a lo largo de los años acerca de nuestra lengua.

A lo largo de su intervención va refiriéndose a sus palabras ya como algo del pasado y las califica como palabras descatalogadas o parte de un castellano “clásico”. Para terminar, nos dice que hay que conservar al niño que llevamos dentro, pero sin renunciar a ser sabios porque, juntos, el niño y el sabio forman una pareja maravillosa.

Pero, claro, el problema es que el sabio resulta ser el castellano, y el niño es el que habla lo que aprendió en casa y eso, naturalmente, es hablar mal. Sin darse cuenta nos dice que lo extremeño es atrasado y que para tener futuro hay que dejarlo de lado y buscar lo sabio.

Nos han inculcado que ese lenguaje no sirve, ni siquiera para hablarlo en casa. Nos han convencido de que en cada país hay una sola lengua, y por eso sólo nos parecen dignas de serlo el portugués y el castellano. Por eso definimos nuestra habla en función de ambas.

Pero no, el Consejo de Europa y la Unesco nos enseñan que es una lengua en peligro de extinción y que, como tal, hay que protegerla. Y la mejor manera de hacerlo es utilizarla, y no solo en casa sino, tal y como nos indican estos mismos organismos, en todos los ámbitos de la vida.

Porque si no, sin darnos cuenta, con estos estereotipos estamos contribuyendo a la desaparición de nuestras lenguas. Las recordamos con nostalgia, pero las estamos matando porque nos han enseñado que lo más que se puede hacer con ellas es recordarlas con nostalgia. Y, al final, acabamos obedeciendo a ese hombre tan fino de la capital que mencionaba Landero.

El niño y el sabio pueden formar una pareja maravillosa en Extremadura, y su nombre es bilingüismo, es decir, castellano y extremeño. Porque ese lenguaje que le enseñaron de pequeño, ese lenguaje con el que aprendió a descubrir el mundo, es su lengua materna, y se llama estremeñu.

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