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Esgrafiados de la casa-fuerte de Los Altamirano (el Alcazarejo). Grada 146. José Antonio Ramos / Óscar de San Macario

Esgrafiados de la casa-fuerte de Los Altamirano (el Alcazarejo). Grada 146. José Antonio Ramos / Óscar de San Macario
Foto: Cedida

Adosadas a la muralla fueron levantadas, tras la reconquista definitiva de Trujillo en 1233, varias residencias fortificadas que pertenecieron a la nobleza que protagonizó aquella hazaña. Los principales linajes de la entonces villa de Truxillo Altamirano, Añasco y Bejarano, y las ramas nacidas de estos troncos, como los Chaves, Pizarro, Torres, Escobar o Vargas fueron honrados por disposición real con este derecho, que, sumado a otros privilegios como la ostentación de los cargos del Concejo, procuró a estas familias un poder y un control absoluto sobre las amplias tierras que comprendían el Alfoz trujillano. Un control no solo económico y temporal, sino especialmente militar, que facilitó la fragmentación en bandos y la zonificación militar de la villa, rodeada de torres, casas-fuertes y un estrecho y peligroso parcelario urbano.

Uno de estos linajes construyó este hermoso palacio enclavado sobre peñascales y justo al lado de la muralla que defendía la Puerta de San Andrés, sobre los restos de un Alcázar califal, como denota la base de la estructura del edificio y el aljibe del siglo X próximo al mismo.

Esgrafiados de la casa-fuerte de Los Altamirano (el Alcazarejo). Foto: Cedida
Esgrafiados de la casa-fuerte de Los Altamirano (el Alcazarejo). Foto: Cedida

En el interior del palacio destacan las armas blasonadas con diez roeles, símbolo de exención de pechar ni con hacienda ni con sangre, es decir, con sus hijos y siervos en servicios militares. En los cargos del Concejo gozaban de la mitad de los puestos en oficios y regimientos. Y cuando Esteban de Tapia escribió su Manuscrito, en 1590, dice lo siguiente del linaje Altamirano “Las casas que hoy hay que guarden nombre de Altamirano y lo sean, son las del Alcazarejo, aunque por hembras que por varón son Torres, linaje muy principal. Don Álvaro Altamirano que hoy vive, señor de la casa del Alcazarejo, casado con doña María de Sotomayor, hija de Pedro Mejías de Escobar, es hijo de García Altamirano y de doña María Altamirano, prima suya”.

En la capilla se conserva un escudo redondo, timbrado con cimera puerta de frente y parte lado con las armas siguientes cinco estrellas y un lunel (Luaces) en la primera, un águila en la segunda, un león en la tercera, y un castillo en la cuarta.

En la actualidad nos encontramos con una casa fuerte remozada por la familia de don Antonio Hernández Gil, académico de número de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. Su fachada está flanqueada de dos torres de mampostería y con puerta en arco peraltado de medio punto, obra de finales del siglo XV, con un escudo sobre la puerta de diez roeles con bordura de sotuers.

Dentro de la casa un amplio patio articula el resto de las dependencias, con una escalera que conduce a una torre que permite una magnífica vista de Trujillo. En las paredes de la capilla quedan restos de un bello friso con esgrafiados del Renacimiento con motivos vegetales. Por la escalera accedemos a un amplio salón sobre el zaguán, de nueve metros de longitud por cinco de anchura, con chimenea en un testero, sobre el cual hay un escudo de seis cuarteles, tres fajas bretesadas, león, penelas, partido en aspa de barras y Ave María (de Mendoza) y cinco calderos con bordura de roeles. Es decir, esgrafiado con las armas de los Torres, Sotomayor, Mendoza de la Vega, Calderón y Altamirano.

Esgrafiados de la casa-fuerte de Los Altamirano (el Alcazarejo). Foto: Cedida
Esgrafiados de la casa-fuerte de Los Altamirano (el Alcazarejo). Foto: Cedida

Es un bello friso, correspondiente al siglo XVI, hacia 1560. No solo el escudo que decora la chimenea, sino que todo el salón está rodeado de un magnífico esgrafiado de los mejores conservados en Trujillo. Frisos esgrafiados en blanco y negro carbón, con dragones y otros animales fantásticos y antropoformos, como tritones, entrelazados en tallos y otros motivos vegetales que tuvieron una enorme significación alegórico-moralizante a lo largo de la Baja Edad Media, y que ahora se repiten en el siglo XVI, junto a laureas, guirnaldas y motivos vegetales entrelazados como ornamentación, y centrando las paredes del salón las armas del linaje Altamirano.

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