La iglesia de San Martín cubre el testero con un retablo que perteneció a la iglesia de la Preciosa Sangre de Trujillo. Está dedicado al Santísimo Cristo de la Agonía, trasladado desde la antigua iglesia de la Sangre en 1921.
En alzado, la obra se divide en banco, cuerpo y ático, con templete emergente del centro de un frontón curvo partido. Una pareja de columnas corintias sobre ménsulas enmarca la hornacina que alberga al Cristo de la Agonía, soberbia talla de gran realismo. Desde el ático domina San Pedro sentado en Cátedra, y sobre la hornacina avenerada que cobija al santo una cartela elíptica y policromada, con las armas papales (de plata, dos llaves en aspa, una de oro y otra de plata; brochante una tiara).
Esta magnífica talla del Crucificado es obra de Alonso de Mena, padre de Pedro de Mena, que se haría cargo del taller en 1622. Se le atribuyen obras como el Cristo del Desamparo de la iglesia de San José de Madrid (1635), que muestra rasgos de ejecución y estilo semejante al del Cristo de Trujillo.
Fray Gabriel Pizarro de Hinojosa, natural de Trujillo, encargaría la obra del Cristo que presidiría el altar mayor de la iglesia de la Sangre de Cristo a Alonso de Mena durante su estancia en Andalucía como inquisidor de Córdoba y Granada, concretando en el contrato que debía ser una talla en la que Jesús estaría clavado en la cruz y coronado de espinas.
Esta obra fue concebida para dar culto a los fieles de Trujillo, ya que era costumbre que frailes o miembros de la nobleza hicieran donaciones de este tipo para ganar prestigio social e invertir en la salvación de su alma.
La obra se ejecuta en madera de cedro y la policromía es tarea de pintores supervisados por los imagineros. Este Cristo de la Sangre destaca por su corpulencia, movimiento desgarrador, posición y gesto conmovedor y la clara influencia plástica que Alonso de Mena imprime en sus obras. Aparece Jesús con una gran corona de espinas, la mirada suplicante y la boca abierta, representando la dramática expresión.
Jesús de la Agonía aparece suspendido en la cruz con una cruel tensión, reflejando el dolor y calvario del momento de la crucifixión, detalle característico en las obras de Mena junto a una muy estudiada anatomía del cuerpo, a diferencia del estilo clasicista de su maestro Montañés. La anatomía de la obra es de un impresionante verismo idealizado, que lo convierte en un apolíneo exento de descomposiciones patéticas. De un movimiento sobrecogedor, la obra invita a la devoción y al fervor.