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‘El lector’, de Ferdinand Hodler. Grada 150. Inmaculada González

‘El lector’, de Ferdinand Hodler. Grada 150. Inmaculada González
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A Ferdinand Hodler le tocó vivir los descubrimientos científicos y el progreso técnico que trajeron consigo grandes e importantes cambios políticos y económicos en el siglo XX. Como artista se comprometió con estas transformaciones, entendió que en la pintura también se aventuraban cambios.

Hodler, uno de los principales pintores del simbolismo centroeuropeo y del Art Noveau, estuvo en esa encrucijada entre el siglo XIX y el siglo XX, y por lo tanto movió de alguna forma los entresijos del arte moderno. Antes de los expresionistas tomó algunas de sus características para trasmitir algo más que belleza estética.

Este artista gozó de una gran fama y éxito durante mucho tiempo y, como muchos otros, después vino el olvido, algo que es difícil de explicar si tenemos en cuenta su variada y rica trayectoria y su potencia creativa.

Hodler nació en el seno de una humilde familia suiza. Cuatro de sus cinco hermanos y su padre murieron de tuberculosis, algo que le marcó tan profundamente que uno de sus referentes en su trabajo es la muerte desde el principio de su trayectoria. Pero, gracias a una determinación inquebrantable, franquea todas las negras etapas de su vida.

Se inició laboralmente con su padrastro, que era pintor de carteles. Su formación fue prácticamente artesanal hasta que llega a Ginebra y se inicia verdaderamente en el mundo del arte. En esta ciudad estudió en la Escuela de Bellas Artes, allí se liberó de la composición convencional de sus inicios. Aprendió a basar sus dibujos en la medida, la exigencia y la observación.

Viajó en 1878 a Madrid, donde estudió a los grandes maestros del Museo del Prado, sobre todo las obras de Velázquez, Ribera y Murillo. Durante su estancia en España pintó 25 cuadros de los cerca de 2.000 que realizó a lo largo de toda su vida.

A su vuelta a Suiza se centró en representar estados mentales y las principales preocupaciones filosóficas del ser humano, abandonando el naturalismo.

En las figuras humanas a Hodler no le interesa la representación de la belleza sino la búsqueda de lo espiritual que se oculta tras las formas.

Desde sus inicios tuvo especial interés en plasmar escenas de la clase trabajadora. En sus comienzos pinta principalmente representaciones idealizadas de individuos trabajando, meditando o padeciendo las duras situaciones de la vida en soledad. Destaca la gran expresividad que sabe dar a tipos concentrados en su trabajo, que atraen el interés y respeto del espectador.

Hodler destacó también en el retrato. Del modelo le interesa sobre todo su fisonomía. Las poses y las composiciones suelen ser muy coreográficas.

Este lienzo, ‘El lector’, nos habla de un anciano con actitud de aceptación y bastante desesperanza, de pesadumbre y de hastío de vivir.

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