Los últimos días del año 2019 y la entrada del 2020 estuvieron impregnados de un nombre extremeño por antonomasia, Guadalupe. Hasta las almenas de la Torre Lucía llegaron las noticias, los titulares de prensa y las imágenes de las televisiones que se referían a Guadalupe.
La primera noticia se producía por el nombramiento de monseñor Francisco Cerro, obispo de Coria-Cáceres, como arzobispo de Toledo, y claro está, esto conllevaba hablar de Guadalupe y de la reivindicación extremeña de que deje de pertenecer a Toledo, como diócesis, y pase a Extremadura. Un obispo extremeño y procedente de una diócesis extremeña, según los titulares, propiciará hacer realidad ese deseo, que movimientos como ‘Guadalupex’ y muchos extremeños anhelamos. ¿Desde su nueva responsabilidad monseñor Cerro tendrá una voz más autorizada sobre la reclamación extremeña o continuaremos con el ‘Roma es quien decide’, porque los obispos extremeños ya han hecho los deberes?
Sin perder la esperanza demos tiempo al tiempo, que el año está comenzando. Y, si no, que se lo digan a los guadalupenses tras sonar las 12 campanadas para toda España anunciando la llegada del nuevo año 2020; millones de españoles brindaron con la maravillosa imagen de nuestro secular monasterio en sus pantallas del televisor.
Pero tal vez muchos de esos telespectadores no sepan que allá por 1784, don Antonio Pons, secretario de la Real Academia de San Fernando, en el tomo séptimo de su obra ‘Viage de España’, Carta IV, dice de Guadalupe: “Es villa de seiscientos vecinos según lo que se reputa, y la mayor parte dependen en una manera u otra del monasterio de Monges de la Orden de S. Geronimo, a cuya comunidad pertenece (…) la Imagen que en él se venera. (…) Los sevillanos la trasladaron a Guadalupe con motivo de la invasión de los Moros, y escondiéndola en cierta cueva, estuvo allí 600 años, hasta que apareció a un vaquero de Cáceres, llamado Gil, el año 1330 (…) y tomó su principio la población de Guadalupe, que a lo que dicen, significa en arábigo ‘Río de lobos’”.
Y como bien expresa el padre Sebastián García, en su libro ‘Guadalupe, cita de fe y de arte’ (1973): “Guadalupe no cabe en una expresión. Es nombre de sierra, de río y de pueblo. Es monasterio, santuario mariano, fortaleza y convento. Es paisaje, arte, historia y espiritualidad. Pero, sobre todo, Guadalupe es nombre de Virgen”.
En mi Biblioteca de Temas y Autores Extremeños (Bitaex) poseo más de una docena de libros dedicados a Guadalupe, en los que parecía encerrarse toda la historia, el arte, la religiosidad, la naturaleza… del Real Monasterio de la Hispanidad; pues bien, ha quedado ese gran acervo bibliográfico empequeñecido ante tanta luz, sonido, imagen que gracias a la televisión ha entrado en tantos hogares llevando el nombre y el perfil de Guadalupe.
En la noche estrellada de Plasencia del 31 de diciembre también llegó a la Torre Lucía esa eclosión de luz y color que salía de los domicilios próximos, a través de sus ventanales, celebrando el nuevo año desde la Guadalupe televisiva.
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