Pocas películas me fascinaron tanto como ‘En busca del arca perdida’. Desde entonces me siento un ‘Indiana Jones’, tengo un sombrero de Indiana Jones y me comporto en la vida como un ‘Indiana Jones’. Cosas de las influencias peligrosas durante la adolescencia.

En aquella película hay un momento mágico, cuando la luz del amanecer entra por un hueco y en la hora precisa del día preciso, llega hasta el fondo.

Pues hace 4.650 años los vecinos de entonces de Almendralejo construyeron un sepulcro, donde en los amaneceres del solsticio de invierno, en el día más corto del año, el sol naciente atraviesa un corredor para iluminar la tumba por dentro, con una precisión inverosímil.

Fue a finales de octubre de 1988 cuando un arado levantó una losa y despertó sospechas al taller de arqueología de la Universidad Popular, y se pusieron a excavar. Ante su perplejidad, y en lo que hoy es un polígono industrial, descubrieron uno de los mayores tesoros prehistóricos de Extremadura, y lo que iban a ser 15 días de trabajo se convirtieron en tres fructíferos años.

Esta maravilla extremeña es de la misma época de las pirámides egipcias o del mítico Stonehenge; del calcolítico, la edad del cobre, aquella edad de los metales donde nacieron las clases sociales. Son los míticos pobladores del Harnina, que siguen vivos a través de sus genes hasta nuestros días.

Paco Blasco, arqueólogo, te lo cuenta con tanta pasión que le coges cariño a las 109 personas que hay enterrados en posición fetal, de todas las edades y tamaños, aunque su edad media está entre los 23 y 24 años. Allí dejaron sus huesos y muchos objetos de ajuar, como sus ídolos placa, que nos cuentan la forma de entender la vida, en una tumba que fue usada durante mil años.

Recuerdo perfectamente aquel frío amanecer de diciembre de 2018, cuando me presenté allí, con mi sombrero. Fue un día antes de la multitudinaria celebración que anualmente organiza el Ayuntamiento de Almendralejo. Buscaba adrede la soledad y el silencio.

Me aposté en la barandilla. Acodado y paciente esperé aquel primer rayo de sol que milagrosamente avanzaba por el corredor y que, a medida que el sol alzaba su vuelo, él también alzaba su lamido luminoso por las puertas del corredor hasta llegar a la pared final.

Imaginaba la mente prodigiosa de aquel arquitecto, sin titulación universitaria, capaz de diseñar y construir tal maravilla. Sin palabras, sintiendo una profunda emoción, me detuve en las magníficas explicaciones y láminas que rodean el sepulcro y que te permiten, perfectamente, entender el espacio y vivirlo.

Al final me dirigí al mítico Blasco y aquella ilustrativa conversación derivó en una amistad y una admiración que hoy mantengo y confieso.

¿Cuántas ‘Huertas Monteros’ siguen enterradas en Extremadura? ¿Cuántos dólmenes? ¿Cuántas pinturas? Tesoros que siguen dormidos y sin ponerse en valor.

El petróleo extremeño, además de su sol y de su agua, es su patrimonio histórico. Es su mayor riqueza. Su recuperación y puesta en valor generan empleo y riqueza, y es una de mis grandes obsesiones.

El turista espiritual manifiesta públicamente la insuficiencia de los fondos dedicados a impulsar el patrimonio de nuestra región. Manifiesta que lo que no son cuentas son cuentos, y que para nosotros es una necesidad, una prioridad y una sólida base para el futuro.