A estas alturas de siglo parece claro que las competencias digitales son algo imprescindible; de hecho, se habla de ‘analfabetos digitales’ y la adquisición de estas habilidades se considera fundamental en el sistema educativo español. Al menos en Extremadura, donde las competencias digitales se incluyen en los planes de estudio de la ESO, junto a una competencia transversal de ‘iniciativa y espíritu emprendedor’.

Pese a lo avanzado que podría parecernos este tipo de planes, la ciudadanía española sigue suspendiendo en competencias financieras y económicas. En España seguimos a la cola en Europa en cuanto a educación financiera se refiere, como indica Juan Carlos Delrieu en El Economista.

Por ello llevo tiempo creyendo y defendiendo que, además de las digitales, las competencias financieras se revelan como una adquisición irreemplazable para nuestro desarrollo personal. De hecho, estimo que, para poder ejercer nuestros derechos y cumplir con nuestras obligaciones de ciudadanos, es vital estar debidamente informados y tener criterio suficiente para decidir.

La adquisición de competencias que nos permitan afrontar nuestra vida adulta con unos conocimientos económicos y financieros mínimos nos facultaría no solo para poder opinar, sino, lo que es aún más importante, para organizar nuestra economía personal y familiar con sentido. Y creo que un desarrollo y adquisición de las competencias financieras debería ser considerada como una competencia transversal de la educación obligatoria. Nada de ser una asignatura o competencia optativa.

Convencida y defensora de que el movimiento se demuestra andando y de que se aprende haciendo, el famoso ‘learning by doing’, estimo que quizás deberían adquirirse a través de actividades de gamificación, en entornos virtuales, y de manera que te propiciaran la creación de una pequeña hoja de cálculo.

El objetivo es que exista una ciudadanía que sabe hasta dónde puede endeudarse, cuál es lo máximo que puede pagar de alquiler, cuál es la hipoteca máxima que puede permitirse, qué ‘colchón económico’ o ahorros debería tener, cómo optimizar sus recursos, jubilaciones… Es decir, estaríamos educando a nuestras generaciones futuras en la independencia y la responsabilidad. ¿No sería fantástico?

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