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Desde la Torre Lucía: Ana Carolina. Grada 149. Paco Valverde

Ana Carolina. Grada 149. Paco Valverde
Paco Valverde y su hija Ana Carolina. Foto: Cedida
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“… la Primavera es como un espejo pero el mío tiene una esquina rota…”

Jamás he visto la Torre Lucia más triste que en la madrugada del pasado 31 de mayo; a las 0,10 horas fallecía mi hija Ana Carolina.

Ana fue especial desde el mismo instante de nacer, aunque, como San Ramon, fue “non nata”. Cuando se hizo la cesárea ya fue tarde, hubo sufrimiento fetal, hipoxia cerebral. Ya supimos que iba a ser diferente.

En aquellos años de los 70 del pasado siglo, estábamos ‘en pañales’ ante esta situación. Ana fue desde el primer momento una ‘PCI’, paralítica cerebral infantil. No fue cumpliendo los cánones del desarrollo, tardó en sentarse, no cogía los objetos, comenzó con crisis epilépticas…, no se puso de pie y menos caminar. Los neurólogos que comenzamos a tratar con asiduidad, de Madrid porque en provincias no los había, nos pasaron la película de su ‘futura vida’: silla de ruedas, no articularía palabras, las crisis serían frecuentes, y más lindezas que tan crudamente nos dijeron.

Pero aparecieron otros profesionales en nuestro peregrinar: un médico rehabilitador, otro foniatra… y Ana comenzó con pocos meses su carrera ‘universitaria’, porque su madre y ella se desplazaron a una ciudad universitaria para recibir estos servicios. Sesiones de estimulación temprana, de logopedia… Fuimos aprendiendo, y de manera especial yo, su padre, porque mi carrera docente se encaminó a los alumnos especiales. Se comenzaba a hablar de Educación Especial con la Ley General de Educación, la ‘Villar Palasí’ de 1970, y Ana fue creciendo con esas leyes que en los 80 culminaron con la Ley de Integración Escolar.

Aparecieron más especialistas médicos, como los traumatólogos, que le practicaron las primeras operaciones ortopédicas, y Ana se pudo poner de pie, en un rústico ‘bipedestador’, y en el plano inclinado. En las paralelas pudo iniciar la marcha y con el andador caminar. Simultáneamente en la Ciclostatic aprendió a girar los pedales y pudo montar en el tándem con su padre. Sin olvidar las sesiones de ‘agua-terapia’, los manguitos y, por fin, nadar.

El tiempo va pasando y quedando atrás los nefastos augurios de sus primeros meses de vida. Se hace mujer y ya no llama a su hermana pequeña ‘Isel’, sino ‘I-s-a-b-e-l’, superando su disartria, aunque su hermana continuara siendo cariñosamente Isel.
Ana es alegre, jovial, cariñosa, amiga de reuniones familiares y de todo tipo de celebraciones sociales. Ana lo llena todo, es tremenda, empatiza con cualquiera y su taller de Placeat ocupa felizmente sus días, y el Club de Ocio los fines de semana, y Ayamonte, Isla Canela, sus vacaciones.

Hasta hoy, cuatro meses y medio de su despedida, no he podido escribir sobre mi querida y añorada hija Ana Carolina, porque mi vista se nublaba y el teclado se humedecía.

Este 12 de octubre Ana hubiese cumplido 48 años; su existencia nos ha enriquecido a todos los que hemos estado cerca, y sobre todo a mí. El Paco Valverde que firma este artículo es fruto de la intensa convivencia a su lado durante casi medio siglo. El vacío abismal físico que nos ha dejado se rellena con creces con su poderoso bagaje de recuerdos.

Ana Carolina, descansa en paz.

“… pero aún con una esquina rota el espejo sirve, la Primavera sirve”. Mario Benedetti.

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