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Adiós, querido Jorge

Adiós, querido Jorge
Jorge Gutiérrez en el Museo Leopold, de Viena. Foto: Cedida

La mañana del pasado 16 de mayo, a esa hora en que se empiezan a dejar atrás, lentamente, segundo a segundo, los tintes de la madrugada, llegó de un modo cruel y áspero, severo y doloroso, briznado con los siempre duros segmentos de la muerte que duelen, y de qué manera, en el alma de los seres más próximos.

A esas horas nos decía adiós, para siempre, mi hermano Jorge, el tercero de la saga Gutiérrez Gómez, bautizado con el nombre del patrón de Cáceres, una figura que se alza de forma relevante y señera en el santoral católico.

'Arco de la Estrella'. Foto: Cedida
‘Arco de la Estrella’. Foto: Cedida

Ya, desde hacía un puñado de meses, se encontró ante la encrucijada que le llegaba con una dura enfermedad, a la que combatió, a lo largo de todo el tiempo, con ese ánimo de fortaleza, de capacidad de superación y de entereza que llevaba tan adentro. Mientras tanto, simultáneamente, pasaba revista en la formación, educación y el ambiente social, humano y estudiantil, en el que crecimos la familia a caballo de la calle General Margallo y de la avenida Hernán Cortés (por cierto, dos grandes nombres en la historia de Extremadura). Acosado por la enfermedad, nos llegó ese latigazo cruel del dolor de la vida que se esconde al otro lado, en los páramos irredentos de la muerte.

¿Qué es la muerte? nos interrogamos todos, de una forma ineludible, y sin entender muchas de las preguntas que nos asaltan, cuando nos afecta tan de cerca. Todo un sentimiento, profundo, emocional, con la transparencia de una pasión y un dolor que se siluetea por entre los escenarios de la vida, y que, de repente, se refugian en los adentros de todos y cada uno de nosotros, como queriendo conjugar la inmensidad y la intensidad de los recuerdos, a lo largo de muchos años, y el horizonte, ya lastimero y lastimoso, de los adioses. ¡Ay…!

'Lienzo de la Muralla'. Foto: Cedida
‘Lienzo de la Muralla’. Foto: Cedida

Mi hermano Jorge, asido a la nostalgia de las fronteras en el azar del recorrido humano, en aquellos largos y duros años de la vehemencia migratoria regional, se abrazaba al domicilio familiar de don Valeriano (Gutiérrez Macías, claro es) y de doña Dorita, arropado, como nos sucede a todos, por una serie de estampas que se van albergando a lo largo de cada instante en las alforjas y en los morrales a través del paso por la vida.

Un día cabalgó a Madrid, se licenció en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense mirando, claro es, con el retorno a Cáceres tras el paso universitario. En su juventud se adentraba por aquellos segmentos de las revistas y libros de pensamiento social y de debate. Mientras trataba de articular su futuro, Cáceres al fondo, el destino le condujo a Mary Elo y Alicante.

'Plaza Mayor de Cáceres'. Foto: Cedida
‘Plaza Mayor de Cáceres’. Foto: Cedida

Y a la orilla de la mar mediterránea se abrazó a Mary Elo, su compañera, su mujer, su musa, su consejera amiga, su luz, tal como se abrazó a la mar abierta de las aguas mediterráneas, con tantos kilómetros de distancia de esa Extremadura a las que nos llegábamos y llegamos los hijos de la emigración regional, unos ochocientos mil paisanos, cuando buenamente se podía y se puede, en virtud de tantas circunstancias que emanan desde la lejanía y, sin embargo, al tiempo, desde la atalaya de sus circunstancias.

'Mediterráneo'. Foto: Cedida
‘Mediterráneo’. Foto: Cedida

En Alicante, al otro lado de su dedicación vocacional de la enseñanza de las ciencias económicas, en sus tiempos de ocio, en sus exposiciones y libertades creativas y expansivas, en sus arraigos y en ese trasfondo mágico que se almacenan en los sentimientos, pintaba paisajes ensoñadores de y sobre Cáceres. Con preferencia por entre los diseños del Paseo Alto, de tantos juegos, charlas, distracciones, el santuario de la Virgen de la Montaña, la patrona, de una devoción inmensa en todos los cacereños, la exaltación monumental de palacios, iglesias, casonas nobiliarias, callejuelas y plazoletas esparcidas por el encanto y la atracción que imanta de la Ciudad Medieval, secuencias de la fiesta de los toros, con preferencia por las líneas del clasicismo antológico taurino, galopando en lo alto de sus inquietudes. Allá cuando las madrugadas y el silencio invaden el ritmo de la noche.

'Campo extremeño'. Foto: Cedida
‘Campo extremeño’. Foto: Cedida

Jorge conocía la vida del santo que le daba nombre, el patrono de Cáceres, porque era un orgullo instalado en las inquietudes, como llevamos todos los hermanos tan con nosotros, por y bajo la influencia y la figura de don Valeriano, uno de los últimos humanistas de Cáceres, que nos esmeraba en el interés por la enseñanza, por los estudios, por la cultura, por el estudio del cacereñismo… No en balde, en uno de los libros de Valeriano Gutiérrez Macías, un estudioso histórico de Cáceres, el titulado ‘Por la Geografía Cacereña. Fiestas Populares’, figura la siguiente dedicatoria: “A mis hijos, para que siempre amen gozosamente la tierra que los vio nacer”.

Mas allá Jorge navegaba con frecuencia por los cauces entre esas aguas tan distantes, como las que se van abriendo a través de tantos y tantos campos vacíos y desiertos de gentes, pueblos abatidos y desolados, entre Alicante y Cáceres, severamente dañados por los segmentos migratorios que azotan los campos de la Castilla manchega y de la Extremadura de la diáspora, que vomitaba, de forma manifiestamente cruel, hombres, mujeres, niños, familias, que ya, casi nunca regresarían definitivamente a los municipios de la abandonada región, donde una inmensa mayoría de pueblos sobreviven abatidos y anquilosados entre los más mayores y la invasión de las soledades.

'Paisaje de color'. Foto: Cedida
‘Paisaje de color’. Foto: Cedida

Mi hermano Jorge se nos ha ido de la vida luchando como un verdadero jabato contra la vehemencia arrasadora de la muerte, con el estímulo de su amor propio y, también, de su capacidad de superación, haciendo frente al reto de la enfermedad de forma estoica y, también, al reto avasallador de la muerte, que todo se lo lleva por delante.

Eso sí. Jorge supo dejar, desde siempre, ese valor incuestionable de la formación inculcada, afortunadamente, por nuestros padres, mediante un legado de extraordinaria riqueza como el que se configura desde el sentimiento eterno de la pasión e inquietudes de y por la tierra parda, como bien sabemos y conocemos. Lo que bien conoce Mary Elo, dejando junto a ella, un anhelo envuelto fervorosamente con el nombre de Cáceres.

Siempre el paisaje de las pasiones del pintor Jorge Gutiérrez. Foto: Cedida
Siempre el paisaje de las pasiones del pintor Jorge Gutiérrez. Foto: Cedida

Una ciudad a la que, en tan solo unos escasos días, Mary Elo, su mujer, regresará, en ese camino de tantos viajes y tan cargado de los mejores recuerdos, paisajes, pueblos, excursiones, paradas gastronómicas (como aquel último viaje que hicimos juntos desde Cáceres hasta Herguijuela y Guadalupe, para llegarnos hasta los pies de la Virgen Morena, patrona de Extremadura) y esparcir, entre lágrimas y adioses, una parte de sus cenizas desde la explanada del Santuario de la Virgen de la Montaña, por la Sierra de la Mosca, y otra parte por el Paseo Alto (también Paseo de Ibarrola, que subrayaría don Valeriano) de tantas aventuras de la niñez, de la infancia, de la primera juventud, divino tesoro, que te vas para no volver, como escribía Rubén Darío, ya tan lejana…

… Y que las cenizas de su cuerpo se encaminen por los senderos y por los caminos hacia donde las conduzcan el capricho del soplido de los vientos, el azar misterioso de los silencios, la interrogante de los destinos, que siempre desconoceremos, al otro lado, ya, de la navegación de las volanderas y siempre queridas e inolvidables cenizas y que irán transitando, paulatinamente, día a día, por las campas de los parajes, por las campas de los pasajes y por las campas de los paisajes. Por supuesto de Cáceres.

Y es que hay pocas cosas tan indescriptibles como las que se conforman, calladamente, en ese silencio misterioso de un pensador, tal cual se conformaba Jorge, dibujando en su paz y en su alma, unos poemas de recuerdos sobre una ciudad abierta al mundo llamada Cáceres en la que le nacieron con las tonalidades alicantinas de su vida.

Jorge Gutiérrez, con su esposa, Mary Elo Martínez. Foto: Cedida
Jorge Gutiérrez, con su esposa, Mary Elo Martínez. Foto: Cedida

¿Qué es la muerte?

Adiós, querido Jorge. Y buen viaje por la eternidad.

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